Un sábado del otoño de 2012 tuve una regresión. Después de medio
día de trabajo en San Pedro (no con San
Pedro), sin mucho éxito en realidad, acudí a la tienda Trazzo, en la
sucursal de aquel municipio y, evocando aquella época estudiantil, me perdí
entre estantes y anaqueles seleccionando cartoncillo, papel y hasta arbolitos…
el motivo: a Rafael Sebastián le encargaron en su escuela una maqueta de su
casa y, obviamente, su abnegada madre, o sea, mi adorada esposa remitió al
infante a su padre, o sea yo, su cónyuge, para el cumplimiento de tal deber
escolar.
Llegué a casa, que es su casa, (aunque en realidad es la casa de mi adorada esposa) y después de
colocar los tiliches maqueteros sobre el sillón de la sala, me dispuse a tomar
mis sagrados alimentos, no sin antes calmar las ansias de mi segundogénito y
mostrarle parte de los implementos que para efectos de armar su maqueta había
yo adquirido.
Ingerí con singular alegría la suculenta comida que mi
adorada esposa había preparado, mientras platicaba con ella de algunos temas
familiares: la maqueta de Sebastián, la asistencia mañana a misa al Uro para
participar en el coro, la invitación de Cokis para comer pan de muerto mañana,
visitar a sus padres por la tarde, la falta de algo de mandado para la semana,
etc. Por lo que decidimos que después de comer iríamos por algo de mandado para
luego dedicarme con Sebastián a realizar la maqueta; terminando la maqueta y
buscando tiempo entre los eventos de mañana terminaría yo el trabajo pendiente
que me había llevado a casa.
Llegamos del mandado pasadas las 7 de la tarde.
Convertí la sala en un taller de Arquitectura y me puse a buscar en mi compu
planos de la casa para imprimirlos tamaño carta y adaptarlos a unas cajas de
zapatos, pues el plan era utilizar una caja para cada planta (cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia) asegurando con esto que los muros perimetrales estarían bien
sujetos y resistirían más para el uso y traslado por parte del niño, además del
ahorro de tiempo en la elaboración de la maqueta.
Pues nos dieron más de las 8 de la noche y no encontré
ningún dichoso plano. Probablemente se quedaron en la computadora anterior la
cual un día, sin mucha preocupación de su parte, dejó de encender. Sebastián
por su parte, no dejaba de preguntarme cada 5 minutos si ya íbamos a empezar
con la maqueta, aunque no dejaba su sitio frente a la compu en la que jugaba a
diestra y siniestra en sus sitios favoritos.
Por fin se acercó a mí para volverme a preguntar por
el arranque de las actividades, entonces le expliqué que no encontré los planos
de la casa y, sacando la cinta de mi maletín, le dije que tendríamos que medir
la casa para hacer el plano, pegarlo en la caja y sobre los muros dibujados,
levantar los muros con cartoncillo, los muebles ya estarían dibujados en el
plano y él sólo los colorearía.
Con esa facilidad e inocencia de los niños, además de
no cargar con 4 años de contaminación académica, Sebastián me dijo que él lo
que había pensado era usar los lados de la caja como los muros de la casa, poner
con cartulina los muros de en medio más o menos viendo cómo estaban en la casa
y hacer los muebles con plastilina, lo único que no sabía era cómo hacer la
escalera…
“Ok” le dije en un tono paternalista y arquitectónico
“vamos a hacerlo sin escala” claro que no me entendió “pero los muebles vamos a
hacerlos en dos dimensiones” cara de interrogación “a dibujarlos planos en
cartón, como si los estuvieras viendo de arriba” le dije mientras le hacía una
muestra la cual fue plenamente aceptada por el cliente, digo, por mi hijo una
vez que la vio terminada a medio colorear.
Dibujé a mano alzada y sin escala las plantas
amuebladas de la casa para, colocándolas dentro de las cajas, calcular el
tamaño del amueblado. Entonces, dibujé y corté los muebles: sillones, comedor,
camas, etc. en cartón foamboard de ½” blanco (aunque después me arrepentí de no haber traído mejor gris pardo) y
Sebastián procedió a pintarlos con mis marcadores Staedtler de doble punta (que hacía tiempo no usaba) mientras yo
empecé a cortar los muros usando como base las plantas. Ya que tuvimos los
muros de la planta baja, saqué de la bolsa una hoja tamaño carta en la que
venía impreso el piso, Sebastián puso una cara de asombro tras voltear a ver el
piso de la casa y volver a mirar la hoja; luego, tras mi indicación, empezó a
untar pegamento en el fondo de la caja y a extenderlo con el dedo. Acto seguido
colocamos el piso, encargándome yo de los cortes y ajustes hacia el muro de la
escalera, quedando digno del mejor pisero (quien
coloca pisos, que no del que hace pizzas).
Quité la tapa frontal de la caja que estaba muy
maltratada y a la posterior le hice 2 huecos para simular la ventana y la
puerta al patio, las cuales le mostré a Sebastián en la sala de la casa cuando
preguntó por las de la caja, y acto seguido saqué de la bolsa un par de micas
diciéndole: “y mira lo que traje para las ventanas…” “¡Wuau!” exclamó mi hijo
“va a quedar bien padre, papá…”
Continué entonces con los muros de la segunda planta,
toda vez que a la base de esta caja le hice el hueco de la escalera, mientras
Sebastián pintaba las puertas de la planta baja en color madera; ya con los
muros del segundo piso, corte las puertas y se las pasé al niño para que
también las pintara. Al terminar de usar los marcadores, Sebastián los acomodó
en el estuche: “mira, papá, los acomodé como el arco iris” sin poder evitar
acordarme de CJ, le dije: “muy bien, hijo, así va a hacer más fácil localizar
el color que se necesita.”
Le pedí entonces a Sebastián que consiguiera una hoja
de cuadrícula y que cortara unas tiras de 5 cuadritos de ancho por todo el
largo de la misma, luego que cortara tramos del alto de los muros, después le
indiqué las pegará en los extremos de ciertos muros. Acababa de hacer las regaderas.
Procedió después Sebastián a pegar los muebles de la
planta baja, aunque a estas alturas del partido ya se le notaba un poco de sueño.
Al terminar de pegarlos, tomando una de las tapas posteriores de la planta baja
(pues eran dobles la frontal y la
posterior, doblándose la exterior sobre la interior) dijo el niño: “pero
papá, no se va a poder cerrar esta tapa porque taparía las ventanas…” a lo que,
volviéndome hacia él le contesté: “no hijo, es que esa tapa la dejé para que
sea el jardín de atrás, mira” le dije mientras la desdoblaba “y mira lo que
vamos a poner aquí…” continué diciendo mientras me paraba y tomaba la bolsa
maquetera sacando de ella unos arbolitos…”¡oh, qué padre!” dijo Sebastián lleno
de entusiasmo “Fer, mira, Fer, lo que trajo papá para poner en la maqueta”
continuó diciendo llamando a su hermana quien estaba concentrada en su lap en
la mesa del comedor.
Nos acercamos Sebastián y yo a la maqueta para ver el
acomodo de los arbolitos en el patio y de pronto dijo él: “¡Ah, ya sé, papá!,
para que los árboles no se caigan los podemos pegar primero sobre un cuadrito
de cartoncillo para que así tengan más superficie de apoyo (no utilizó este término, pero eso quiso
decir) y no se caigan o los tiren fácilmente”. “Qué buena idea, Sebastián”
le dije felicitándolo “es una gran idea, y lo hacemos de manera que parezca una
jardinera… pero como quiera los árboles los ponemos al final, porque todavía
falta un poco y no vaya a ser que los estemos tumbe y tumbe mientras estamos
terminándola.”
Me puse entonces a cortar el piso de la planta alta
cuando vi a Sebastián acostarse en el piso de la sala al lado de la mesa de
centro, la cual estábamos usando como restirador o mesa de trabajo. “Tienes
sueño” le pregunté sin dejar de hacer mi tarea, “sólo estoy descansando un
momento” me dijo sin voltear y recordé aquellas noches de Marsella con Miguel Flores, Miguel Ochoa y Miguel López haciendo planos o maquetas para la clase del día siguiente.
“Mejor vete a dormir de una vez” le dije “porque
luego te vas a quedar dormido y no te voy a poder cargar, yo termino la maqueta”,
levantándose lentamente me dijo: “está bien, ¿tú la terminas solo?” “sí”, le
contesté “no te preocupes, ya mero termino” y parándose frente a mí dijo: “está
bien y me la dejas aquí en la mesa” a lo que pensando que probablemente se
levantaría antes que yo al día siguiente le aconsejé: “la voy a dejar aquí en la
mesa, pero no la vayas a mover ni a levantar no vaya a ser que no haya secado
bien el pegamento”. Sebastián, con sus ojos ya más cerrado que abiertos me
contestó: “bueno, pero no se te olviden las escaleras y las ventanas de la sala”
y empezó a caminar rumbo a las escaleras.
Me quedé solo en la sala, Fernanda había puesto ya
puesto pies en polvorosa desde hacía rato. Para no hacerles el cuento largo: puse
la escalera, batallando un poco con los niveles, la fachada, los muebles de
baño, abrí la puerta de la cocina y su ventana, coloqué todas las micas que
faltaban, “sembré“ los arbolitos, le “puse” azulejo a la cocina y estaba por
hacer los muebles de ésta cuando llegó mi adorada esposa y madre del dueño de
esta “casita” a pedirme que me fuera a dormir pues ya eran las 3 de la mañana,
a lo cual le dije que no eran las 3, eran las 2 pues ya había cambiado el
horario de verano al normal.
Al día siguiente cumplimos con todos los compromisos
programados y regresamos a casa temprano para acabar la maqueta. Terminamos los
muebles de la cocina, le puse jardín al patio y monté la segunda planta. Antes
de dormir Sebastián lleno de entusiasmo y súper contento me dijo: “Quedó bien
padre, papá, vas a ver que va ser la mejor del salón”. Me quedé un ratito más
recogiendo las cosas, le tomé algunas fotos y subí a acostarme.
Antes de quedarme dormido, pensé en la imagen de
Sebastián diciéndome lleno de orgullo: “Quedó bien padre, papá, vas a ver que
va ser la mejor del salón” y recordé aquella mañana de primero de primaria en
la que caminaba yo por el pasillo de entrada del Regio Contry lleno de orgullo,
con una caja de botellas de aguarrás y adelgazador, productos fabricados por la
empresa de mi padre, y que él las había regalado al salón para la elaboración
del regalo del día de las madres. Todavía puedo sentir en mí la sensación de
orgullo por mi padre. Creo que la recordaré por siempre, creo que fue lo que vi en Sebastián y, de ser así, espero que nunca lo olvide.
PD. A Sebastián le calificaron 10 en la maqueta...